martes, 1 de enero de 2008

No había imaginado comenzar el año de esa manera, sólo puedo describirlo como.. perfecto. Eran cerca de las doce, me aburría terriblemente sentada en la mesa del comedor mirando el reloj sobre la pared, esperando que pasaran los pocos minutos faltantes. Estaba segura de una sola cosa y no dejaba de pensar en ello: este nuevo año quería, más que nada, conservar lo que había logrado con Santiago en los últimos meses; quería.. ser su amiga. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan cómoda con alguien y no estaba dispuesta a perderlo.
Y al no poder tolerar más el sonido de las agujas del reloj, me levanté y abrí la puerta de entrada. Salí sin cerrarla y observé desde el porche lo despejado que estaba el cielo. Inconscientemente recuerdo haberme mordido el labio inferior, una de mis tantas costumbres que reflejan mi ansiedad. Unos pocos segundos después noté que la puerta de la casa vecina se abría. Vi salir a Santiago y sonreí. Se acercó y nos sentamos en las escaleras sin decir nada. La alarma que había programado para medianoche interrumpió el silencio y una lluvia de fuegos artificiales dominó repentinamente la noche. Miré hacia arriba deslumbrada, pero lo que más me sorprendió fue que Santiago me diera un beso en la mejilla. Dejé de observar el cielo para mirarlo a los ojos. Sonreí de nuevo y sin pensarlo dos veces apoyé mi cabeza sobre su hombro.

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