martes, 1 de enero de 2008

Cuando no pude esperar más que el día acabara, salí un momento para tomar aire fresco y me sorprendí al ver que Virginia estaba afuera también. Al verme me saludó. Cerré la puerta de mi casa silenciosamente, fui a sentarme a su lado y nos quedamos en silencio. Luego de unos pocos minutos, en que el silencio se volvió incómodo para mí, la alarma de su reloj interrumpió mis pensamientos e inmediatamente el cielo se iluminó por los fuegos artificiales. Mirábamos el cielo, y entonces volteé para verla, respiré profundo y me acerqué a ella para darle un beso en la mejilla. Ella me miró durante unos instantes y luego se apoyó en mi hombro. Sonreí, aunque traté de evitarlo por miedo de que ella se diera cuenta. Continuamos juntos aun cuando los fuegos artificiales se habían extinguido. Cuando escuché que se abría la puerta de mi casa supe que, aunque no quería, debía irme. Luego de entrar a mi casa, vi por una ventana que Virginia entraba en la suya y como, a continuación, las luces se iban apagando una por una.

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