miércoles, 16 de enero de 2008

El inicio de mi día fue algo borroso. Recuerdo que me senté al lado de Virginia en el desayuno. Pensé en decirle algo -no recuerdo qué- y luego mi memoria no me proporciona casi nada hasta que me despertaron diciéndome que este año me tocaba ser del equipo azul. Miré a mi costado suponiendo que Virginia también sería azul, pero ya no estaba.

Fui donde se agrupaban los azules, saludé a algunos y nos pusimos a conversar hasta que nos dieron el primer sobre. Tenía escrita esta frase: “Carpe diem quam minimun credula postero”. Fueron a buscar un diccionario de latín, pero no era necesario. Varios sabíamos que significaba algo como “aprovecha el día, porque no sabes si habrá otro después”… pero eso no nos decía nada…

–Santiago -me dijo un amigo luego de unos diez minutos- es el lema del campamento
–Cierto -exclame- ¿Cómo pude olvidarlo?

Luego de recordar todos los sitios en que estaba el lema, decimos empezar por la entrada y fue la decisión correcta: logramos encontrar nuestra segunda pista. Esta nos hizo pensar más que la primera. Hasta dudamos de que aquella bolsa con monedas fuera, realmente, la siguiente pista. Jugamos un poco con los valores de las monedas, con los años de antigüedad, con los tamaños, con qué podríamos comprar con ellas… pero no llegamos a nada.

–Tiremos al arroyo una de las monedas y pidamos el deseo de encontrar la otra pista –recomendó resignada Alicia, una de las amigas que sólo veía en los veranos.

Desde ese instante, aunque nos haga quedar mal a todos los que oímos esa frase, nos tomó un buen rato para darnos cuenta que esa era la clave: teníamos que ir al arroyo. Camino al puente nos reprochábamos mutuamente nuestra demora. Todos los veranos acostumbrábamos ir a pedir deseos ya sea en grupo o, si era algo vergonzoso o personal, en secreto. Y, aunque nunca lo había hecho, sabía que las parejas solían pedir un deseo por ellas, tirando la moneda al mismo tiempo.

Llegamos al puente y miramos a todos lados. Encontrar la tercera pista iba a ser más difícil, al parecer. Buscamos en el puente, debajo de este, en las orillas, algunos se aventuraron dentro del arroyo; sin embargo, no veíamos más que algunas monedas producto de añoranzas pasadas. Mientras seguíamos buscando, me senté pensando si alguno de esos deseos se habría cumplido alguna vez.

–Hey -gritó alguien- Hey, vengan para acá.

Cuando nos acercamos, Jenny estaba jalando algo que, al parecer, estaba atorado entre algunas rocas bajo el agua. Siguió jalando hasta que logró liberar lo que tenía entre las manos, el problema fue que no pudo mantener el equilibrio y cayó sentada.

–El agua está fría –exclamó entre risas mientras se paraba rápidamente.

No le sirvió de nada doblar su jean a la altura de la rodilla para no mojarlo…

–Buahh -protestó- era nuevo!.

Lo que había rescatado Jenny era un envase de plástico. Estaba muy bien sellado. Vueltas y vueltas de cinta adhesiva en la tapa evitaron que entrara agua y mojara el papel que contenía. Cuidadosamente, intentando que no se rompiera, tomamos el papel. Al desdoblarlo, cayó un polvillo negro. Fue gracioso ver cómo todos cogíamos el aire tratando de salvar el polvillo antes de que fuera llevado por el viento, donde no lo pudiéramos recuperar jamás. Observando lo que quedó en el papel y, previa degustación, descubrimos que era ceniza.

Apresurados, nos dividimos en dos grupos: uno buscaría en el horno de la cocina; otro, en el lugar de la fogata. Nos llamaríamos por celular al encontrar algo.

En la cocina nos hicieron problemas para dejarnos pasar. Sólo dejaron ingresar a Jenny y a Ricardo, otro de mis amigos de verano. Salieron con las manos vacías y cara resignada: “No hay nada… sólo carne del almuerzo”. Sonreí.

Nos llamaron del otro grupo y nos dijeron que volviéramos, ya que la pista era bastante confusa. Llegamos luego de unos tropiezos y comprendimos a qué se referían con “bastante”. ¿Qué teníamos que razonar respecto a un peluche de vaca para que nos llevara a la próxima pista?

Aproximadamente, media hora después estaba comiendo carne en el almuerzo… carne de vaca. Y, aunque me encanta la carne asada, no comí a gusto. En un primer momento, busqué a Virginia para sentarme con ella. Pregunté a algunos miembros de mi equipo si la habían visto. Cuando les aclaraba que era alguien del equipo rojo me respondían con una mueca de disgusto. Me senté un momento a tratar de convencerlos (sin resultado) de que no era una guerra y que no tenía nada de malo sentarse con alguien del otro equipo. Seguí con mi búsqueda de Virginia. Esta vez, traté de buscarla en la masa roja, pero recibía el mismo rechazo por ser del color contrario. Cuando logré ubicarla ya estaba sentada con dos chicas de su equipo. Decidí dejarlo así, ya que no era quién para interrumpir su conversación y sentí algo... como si quisiera poder tener esa potestad. Mientras comía traté de llamar su atención con la mirada, pero ella nunca volteó a verme... Y no tenía por qué hacerlo, ¿verdad?

Después del almuerzo continuaron las dos últimas pistas de la Búsqueda. Realicé un último intento para acercarme a Virginia, pero los de mi equipo no dejaban de insistir en que teníamos que esperar juntos la penúltima pista.

Efectivamente, íbamos a necesitar todo el equipo. El sobre contenía un mensaje encriptado. Recordé algo parecido en algún cuento de Poe, por lo que fueron a buscar a la pequeña biblioteca. Aproveché ese movimiento para escabullirme, primero, tras las cabañas y, luego, bajo las sombras de los árboles del bosque. De vez en cuando veía a los lejos un personaje rojo o azul, pero no le tomaba importancia. Hasta que uno empezó a caminar en dirección hacia mí, y descubrí que no era “uno”, sino “una”. Y que esa “una”, era Virginia.

–Buscando una pista, seguro -me dijo sonriendo-.

–No -le dije- al contrario… estoy alejándome de toda pista que haya. Le conté que era la primera vez que sentía que el juego no era por diversión, sino por el afán de ganar o ganar, lo que me incomodaba un poco. No mencioné, obviamente, mis intentos frustrados de conversar con ella en el almuerzo.

Virginia no supo qué responder. Le dije que no era necesario decir nada. Le pregunté entonces qué hacía y me dijo que buscaba una pista:

–No entendí exactamente lo que decía dentro del sobre -me dijo- pero me dijeron que buscara un grabado en un árbol en forma de 'trébol de cuatro hojas'

–Así que un trébol de cuatro hojas - repetí con una voz sospechosa

–Ehh...¿Santiago?

–Sígueme, ya sé dónde está.

No caminamos ni 50 metros hasta que llegamos al pie del árbol con el grabado, sin embargo, empecé a sentir un poco de frío.

–Mira, ahí está tu pista. Le tendí el sobre con la pista y, en ese instante, una ráfaga de viento hizo que su cabello cobrara vida propia por unos instantes. Luego de eso, con el sobre ya en la mano, Virginia trató de peinarse un poco... Yo, por más que traté de decir algo, seguí embobado (lo admito) por lo bella que se vio mientras su pelo seguía el rumbo del viento.

El frío hizo que recobrara el sentido y me di cuenta de que Virginia estaba temblando. Estuve apunto de quitarme la campera, pero escuché que venían algunas personas. Logré reconocer a través de algunos árboles que se acercaban integrantes del equipo de ella, por lo que, sin que nadie se percatara, me escondí detrás de unos árboles.

No logré escuchar lo que le dijeron. Sólo supe que, mientras se marchaban, el atardecer empezó a teñir de rojo el cielo y el mar.

La Búsqueda terminó. Anunciaron al ganador. Hubo celebración. Antes de ir a dormir, quise ver correr el agua del arroyo. Caminé entre los árboles y recordé lo que había pasado hace solo algunas horas entre algunos de ellos. Y, sin creerlo, reconocí a Virginia a unos metros. ¡Estaba en el puente mirando el arroyo! Me acerqué a ella. Tenía una moneda en la mano. Un deseo definitivamente. No quise molestarla y solo me paré apoyado en la baranda del puente, a su lado, viendo cómo discurría la cristalina agua.

–¿Tienes una moneda? -me preguntó.
-No -le dije- dejé todo en mi cabaña.
-Mmmm -dijo mientras volteaba a mirarme- ahora no vamos a poder pedir un deseo juntos.

Inmediatamente, mi mente desmintió esa afirmación. En teoría, podíamos tirar una moneda juntos. De esa manera, cada uno podría pedir un deseo con una sola moneda. Pero... -y fue aquí que me di cuenta lo que estaba pensando- eso era para enamorados. Entonces, no hay forma porque Virginia y yo no somos....

-Ya sé -interrumpió Virginia- lancemos mi moneda juntos.
-¿Ehh?
-Sí, sí, ¿por qué no?
-Es que... no, luego el arroyo se resentirá de que no tiramos dos monedas y no va a cumplir ningún deseo... Sí, eso es.

Jamás había dicho una tontería tan grande. Para suerte mía, Virginia no se lo tomó en serio y se rió. Luego me tocó reír a mí, porque, mientras ella se reía, se le cayó la moneda y no pidió ningún deseo.

Nos quedamos conversando un rato más sobre el campamento antes de caminar a través del bosque para volver. Estuve a punto de decirle que quería escribir en mi blog sobre lo que había pasado en el día, pero dudé. Quizá le parece tonto escribir tu vida en un blog (más teniendo en cuenta que soy hombre). Me decidí por decir que quería revisar mi correo. Ella siguió su camino rumbo a su cabaña.

1 comentario:

Juli Ge dijo...

Boludaaaa! que locura, yo conocía este blog antes de conocerte a vos, y ahora me entero que eras vos! xD que gracioso, que pequeño es el mundo.

Ya que estoy: estás muuuy loca v, que bien que me caés :)