miércoles, 30 de enero de 2008

Era la tercera vez que me despertaba en medio de la noche. Mi reloj marcaba las 2:50am. Me revolqué unas cuantas veces más en mi cama, pero no encontré una posición agradable. Comprendí que no iba a poder dormir. Escuché algo fuera de mi cabaña y, por alguna razón, supe que era Virginia. Me puse los zapatos y salí. Al verla a lo lejos en los escalones de su cabaña sonreí. Lo hice sólo mientras miraba al suelo. Pero.. la vi triste... quizá se sentía sola. Creo que ya lo escribí antes: no soy bueno animando a la gente. Le mentí diciéndole que quería hablar con ella. Algo nervioso, le tomé la mano -suave y cálida como siempre- y la llevé al lago. En sos momentos, tuve que confesar que sólo quería pasar un rato con ella para que se animara. Luego de unos minutos y la vi sonreír: ¡estaba feliz!
Mientras pensaba que yo también estaba feliz, Virginia me dijo que sentía que era uno de esos momentos en que todo era tan perfecto, que la entristecía el saber que iba a ser incomparable. Lo que dijo me pareció tan cargado de sentimiento, que me sentí "raro", medio tenso... Solté una pregunta-broma para aliviarme un poco. Virginia se la tomó muy bien, por cierto.
Luego de dudar unos segundos, la abracé. Virginia se recostó en mí y... su perfume... una sonrisa se dibujó en mi cara y comprendí lo que había dicho Virginia. Ese momento era ...¿mágico?
Estaba acostada en mi cama sin poder dormir, mirando el techo, dando vueltas, suspirando, cerrando los ojos, abriéndolos nuevamente. No podía dejar de pensar en qué pasaría en esta última semana de campamento, en el regreso, en el nuevo año escolar. Y antes de darme cuenta… estaba pensando en él. Me obligué a cerrar los ojos, la luz de afuera me distraía aún más. Definitivamente iba a ser una de esas noches en las que no podría dormir. Me incorporé y consideré salir a tomar un poco de aire fresco. Necesitaba despejarme. Las otras tres chicas estaban dormidas, por lo que procuré hacer el menor ruido posible. Cerré la puerta de la cabaña detrás de mí con la mayor delicadeza posible y me senté en los escalones. Eran cerca de las 3 a.m., el campamento entero estaba a oscuras. Empezó a hacer frío y por un momento me sentí completamente sola. Decidí volver a entrar a la cabaña cuando de repente vi que alguien se acercaba caminando. Sonreí al ver que era Santiago y automáticamente me mordí el labio inferior para ocultarlo.
-Presentí que estabas despierta-. Creo que elevé las cejas por el desconcierto. -¿Podemos hablar?
-Seguro..
-Ven
Me tomó de la mano y me guió por un camino entre algunos arbustos que conducían al lago. Nos sentamos a un metro del agua, mirándonos.
-¿De qué querías hablar?- pregunté.
-En verdad no tengo nada que decir, sólo quería pasar un rato contigo.
Esta vez no pude ocultar mi sonrisa. Debemos haber estado alrededor de una hora en silencio, mirando el agua, cuando… sin pensarlo dos veces, dije:
-Ahora mismo estoy teniendo uno de esos momentos-. Hice una pausa que él interrumpió.
-¿Qué momentos?
-Uno de esos momentos en los que todo es tan perfecto que… casi me pone triste saber que nada puede compararse, que nada va a ser tan bueno como esto.
-Entonces, básicamente… ¿te estoy deprimiendo?- preguntó con un tono sarcástico.
-Sip.- dije asintiendo con la cabeza. Lo miré y me reí.
-Eres rara.- dijo riéndose él también.
Lo golpeé en el hombro infantilmente.
Pasados unos segundos Santiago pasó su brazo por mis hombros y yo me recosté contra él. Nos quedamos así hasta que amaneció. Fue entonces que decidimos volver.
Al parecer esta noche tampoco podré dormir…

lunes, 28 de enero de 2008

Soñé que el verano había terminado y estábamos de vuelta en el colegio. Por suerte todavía quedan algunos días de campamento. No tengo ganas de volver, mucho menos de empezar las clases de nuevo.

domingo, 27 de enero de 2008

Al parecer ha habido problemas con el proveedor de Internet. No escribiré mucho porque quién sabe en qué momento la conexión se pierde de nuevo… y hasta cuándo.

jueves, 24 de enero de 2008

Todo el grupo del campamento había ido a la playa; aprovechando la ocasión decidí tomarme un día para mí misma. Necesitando un tiempo a solas se me ocurrió sentarme frente a ese piano abandonado, completamente cubierto de polvo que se encontraba en la cabaña central. Hacía semanas que no tocaba. Me apenó lo poco vivas que parecían las teclas. Apoyé mis dedos sobre ellas y el polvo se me adhirió al instante. Cerré los ojos y sin pensarlo comencé a tocar una melodía que yo misma había compuesto al finalizar el primer día de clases en el nuevo colegio. Volví a abrir los ojos, totalmente concentrada en mi música tardé en notar la presencia de Santiago en el cuarto. Parecía nervioso e incómodo cuándo lo invité a sentarse a mi lado. Me sorprendió el hecho de que a mí no se me despertaran nervios en absoluto al tocar delante de él. No solía dejar que nadie escuchara mis producciones, pero… en el fondo quería hacer esta excepción.
Ahora sí, quería llegar a esta parte del relato. Estábamos sentados en la misma banqueta, yo miraba el movimiento de mis manos cuando… un mechón de pelo cayó sobre mi cara y Santiago volvió a colocarlo detrás de mi oreja, rozando mi mejilla derecha en la acción. Estaba a punto de sonreír cuando me di cuenta de que era demasiada rara la situación. Lo miré sorprendida sin terminar de entender si me había acomodado el pelo por un simple reflejo, o si… pretendía acariciarme la mejilla y sólo estaba buscando una excusa. Tardé muy pocos segundos en procesar todo esto basándome en lo incómodo y avergonzado que parecía Santiago. De todas formas... en qué estaba pensando? Sabía que Santiago no me miraba de esa manera. Éramos sólo amigos… Al entender esto sentí muchas ganas de reírme, pero tenía que evitarlo. No quería hacer sentir más incómodo a mi amigo, probablemente no se había dado cuenta de lo que hacía hasta que yo dejé de tocar. Noté que él escondía las manos en los bolsillos de su campera, y sin saber qué hacer dije que debía irme, me levanté y salí del cuarto sin mirar hacia atrás.
Estaba volviendo a mi cabaña pensando en lo que acababa de ocurrir, e instintivamente apoyé mi mano sobre el sector de mi mejilla que Santiago había rozado al acomodarme el pelo. Corrí los metros que me separaban de la cabaña para mirarme en el espejo, y sí, efectivamente estaba completamente sonrojada. Ahora era yo la que se sentía incómoda… pero no pude evitarlo, tenía que reírme!
¡Waaaaaaa!
Muero de vergüenza. Sigo sintiendo mi cara caliente y he borrado esta misma frase como 10 veces porque no puedo recordar lo que acaba de pasar sin estrujarme el pelo y desear retroceder el tiempo.
Algo se me acaba de venir a la cabeza. ¿Qué estará pensando de mí en estos momentos? ¡Ahhh! ¿Atrevido? ¿Confianzudo? Probablemente los adjetivos sean más duros. ¡Ella también se sonrojó! La debo haber hecho sentir mal… ¡qué vergüenza debe estar sintiendo ella también por mi culpa!
Trataré de describir lo que paso de acuerdo mis dedos temblorosos me dejen.
Había ido a preguntar qué tendríamos de cena, cuando escuché una melodía. Alguien estaba tocando el piano de la cabaña central. Que raro –pensé–. Ese piano ha estado sin tocar desde…. ¿siempre? ¡Bah! Desde que empecé a venir acá. Sigo con el relato. Fui a ver quién tocaba esa dulce melodía. Creía haberla oído antes. Y sí: tenía razón. Cuando vi que era Virginia la que tocaba recordé que ,una vez en mi cuarto, había escuchado lo mismo que en esos momentos.

-¿Santiago?
-¿Uh? ¡Ah! Este...
-¿Qué haces ahí?
-Bueno… yo
-Ven, siéntate

No debí hacerle caso. Debí quedarme parado.

Me senté a su lado. Ella veía teclas blancas y negras. Yo la veía a ella. De pronto, un mechón dejó de sujetarse a su oreja. Cayó sobre su ojo. Acerqué mi mano lentamente. Pude volverlo a su sitio. Pero al retirar mi mano, rocé suavemente su rostro. En ese instante, yo me di cuenta de lo que hacía. Rápidamente, oculté mi mano dentro de mi campera. Pero ya estaba todo hecho. Ante la mirada sorprendida de Virginia empecé a tornarme rojo. Ella, también. No podía seguir soportando su mirada (sentí que fueron horas) y me paré. Creo que ella se reía: la vi sonreír. De alguna manera, ella terminó saliendo y yo me desplomé sobre la silla de la computadora.

lunes, 21 de enero de 2008

Lunes 10:45. Acabo de despertarme. Me perdí el desayuno. Nadie me guardó nada. Hubiera agradecido aunque sea una tostada. Ni modo, tendré que esperar hasta el almuerzo.

miércoles, 16 de enero de 2008

Está terminando unos de los mejores días que pasé hasta ahora en este lugar. Todo comenzó con el anuncio de una búsqueda del tesoro, juego que aparentemente ya es una tradición en este campamento. Recuerdo que Santiago lo había mencionado exaltado en el viaje, pero no imaginé que a mí me pudiera entusiasmar.
Mi día comenzó cuando a las 7:30 a.m. sonó el despertador. Me duché mientras las otras chicas continuaban durmiendo y por primera vez en mucho tiempo presté atención a las gotas de agua impactando en mi piel. Como todavía era temprano cuando terminé de cambiarme decidí dar un paseo por el bosque. Tomé mi cámara de fotos y me encaminé hacia el arroyo que había a unos cuantos metros cerca de las cabañas de chicas. Debo haber estado un poco menos de una hora sobre el puente que lo atravesaba, observando el correr lento del agua, las rocas a los alrededores y algunas monedas perdidas en el fondo que brillaban cuando el sol se reflejaba en ellas. Cuando escuché las campanadas que despertaban al campamento me apresuré para llegar a la cabaña central a tiempo. Algunos chicos ya se habían sentado para desayunar. Otros en cambio todavía no aparecían. Vi entrar a Santiago y le sonreí. Se sentó a mi lado sin decir nada y apoyó su frente sobre la mesa de madera con la evidente intención de seguir durmiendo. No me atreví a despertarlo. Me había encantado que se sentara al lado mío. No pude evitar sonreír al pensar en eso.
Al finalizar el desayuno alrededor de las 10 de la mañana, se hizo el anuncio de la búsqueda del tesoro. El juego comenzaría a las 10.30 a.m. en punto cuando los dos equipos recibieran la primera pista que guiaría a una siguiente. Me correspondió ser del equipo rojo y a Santiago del azul. Me apenó un poco no estar en el mismo. La primera pista que nos tocó al equipo rojo fue una frase en un trozo de papel dentro de un sobre que nos entregaron los profesores:

"¡Nosotras, Aguas de Vida!
Fuente que a sí misma se debe
Y fluye con más abundancia
Cuanto más de sus aguas se bebe."

Recuerdo que nos miramos entre todos sin comprender. Una chica, Sofía, dio vuelta el papel y vimos el número 406 escrito en el centro. Se escuchó una voz que no llegué a identificar diciendo que debería ser el número de pista. Alguien más sugirió que podría ser un camino, pero nadie recordaba que estuvieran numerados. Guille, un amigo de Santiago, propuso analizar el texto en el papel. Empezamos a discutir que la mención de agua podría significar que la pista debería encontrarse cerca o en alguna fuente de agua como el lago, el arroyo o el mar. Guille comenzó a leer en voz alta el texto para que todos escucharan, pero antes de que pudiera terminar la segunda línea un chico con anteojos que se encontraba a mi izquierda finalizó el relato en su lugar sin mirar el papel.
-¿Lo conoces?- preguntaron varios con caras desconcertadas.
-Es el mensaje de las aguas que traduce Fújur en una aventura con Bastián y Atreyu para que puedan continuar el camino.
Nadie dijo nada.
-Es una cita de La Historia Interminable
Muchos levantaron las cejas mirándolo con expresión de desconfianza. El chico bajó la cabeza para mirar el suelo. El pelo le cubrió la cara y entonces lo reconocí. Siempre estaba en un rincón de la sala común escondido en algún libro.
-Hay que dividirnos en tres grupos. Unos deben ir al arroyo, otros al lago y el último grupo al mar. No encontramos aquí en una hora.- dijo Guille.
-¡Esperen!- grité sin pensar. Varios que ya se habían encaminado para irse se detuvieron.- Quizás..- titubeé.- Quizás esa es la clave, el fragmento del libro. Podríamos buscarlo en biblioteca antes de encaminarnos a las aguas. No perdemos nada.
Guille entrecerró los ojos al mirarme. Me dio la impresión de que mi plan no le había agradado en absoluto. Pero la mayoría se acercó respaldando mi idea.
-¿Cómo te llamas?- le pregunté al chico de anteojos.
-Martín.
-¿Sabes dónde está la biblioteca?- le pregunté.
-Por supuesto.- dijo.
A continuación, todos nos dirigimos a la biblioteca. Martín no tardó en encontrar La Historia Interminable de Michael Ende en la mitad del tercer estante. Abrió el libro y comenzó a hojearlo buscando la frase.
-No recuerdo en que página está.
-Fíjate en la 406.- dije con una intuición.
-¡Aquí está!- gritó sosteniendo triunfante en la mano un papel.
Guille se lo quitó de la mano y sin decir nada salió de la biblioteca. Todos lo seguimos al comedor y nos sentamos en una mesa a observar el papel que habíamos encontrado dentro del libro.. que misteriosamente estaba en blanco. Nadie sabía que hacer y recién luego de veinte minutos de reflexión Andy sugirió que esa pista podría conectarse con la anterior. Sin dudarlo, Guille buscó un vaso de agua y volcó la mitad sobre el papel. La mayoría del grupo gritó, pero las voces se fueron apagando al ver como un mapa se iba dibujando en la hoja. Se escucharon comentarios sobre cómo podía ser que a nadie se le hubiese ocurrido hacer eso antes. Al parecer era muy común la tinta invisible en pistas de la búsqueda del tesoro.
El grupo entero se encaminó al punto que estaba marcado con una cruz en el mapa: la cabaña número seis, curiosamente la de Santiago y sus amigos. Guille se resistió bastante a dejarnos entrar para buscar la siguiente pista, pero él era el único de esa cabaña, por lo que ganó la mayoría. La mitad del equipo se dedicó a buscar en los alrededores de la cabaña, y la otra mitad dentro de ésta. Al entrar sentí que, de alguna manera, estaba invadiendo a Santiago. Mientras Guille y otros dos chicos buscaban en los muebles, yo me enfoqué en la mesa de luz de mi amigo. Por más que no dejaba de sentir que lo que estaba haciendo no era correcto, no iba a perder la oportunidad de espiar.
Debajo de la cama de Santiago hallé un block de hojas de dibujo con unos cuantos bocetos. Dejé de respirar por unos segundos cuando encontré un retrato mío. Era tan idéntico que me asustó. No tenía idea de que Santiago me hubiera dibujado. No sabía qué pensar. No estaba segura si decirle algo, pero en cuanto comprendí que no debería haber visto esas ilustraciones decidí olvidar lo sucedido.
Volviendo a la búsqueda del tesoro… unos chicos encontraron una caja de madera debajo de las escaleras de la cabaña. La caja contenía una llave y la indicación de dirigirnos a la playa. Después de media hora de caminata llegamos a los acantilados y descendimos a la playa por el camino lateral. Era increíblemente perfecta la vista. Nunca fui amante de la playa, pero la tranquilidad que me transmitió ese lugar me despertó ganas de regresar y caminar en la orilla mojándome los pies.
La pista en la playa nos condujo de vuelta al comedor para almorzar.
La Búsqueda continuó, pero sólo pude compartir unos momentos con Santiago. Anochecía y mi equipo estaba en plena búsqueda de un grabado en un árbol de un trébol de cuatro hojas. Mientras exploraba los árboles en el sector que me correspondía encontré a Santiago recostado contra un tronco. Al principio supuse que también estaba buscando una pista, pero su pose y expresión de despreocupado y a la vez pensativo me hicieron dudar. Me senté a su lado, me contó que esta era la primera vez que perdía interés en el juego, dado que sentía que la búsqueda no era por diversión, sino sólo para ganar.
-No sé qué decir.- dije al cabo de un rato.
-No es necesario que digas nada.- me dijo sonriendo. –A todo esto, ¿qué haces por aquí?
-Tengo que ubicar un grabado en un árbol, un trébol de cuatro hojas.
-Así que un trébol de cuatro hojas - repitió en un tono misterioso. -Sígueme..
Caminamos unos cuantos metros hasta llegar a un árbol con un perfecto grabado de un trébol de cuatro hojas y un sobre debajo.
-Mira, ahí está tu pista.- dijo tendiéndome el sobre.
Sonreí. De repente sentí mucho frío y no pude evitar temblar. Definitivamente estaba refrescando. Tuve la impresión de que Santiago quería ofrecerme su campera, y quizás fue el grupo de personas del equipo rojo que se aproximaban lo que lo detuvo. Él desapareció entre los árboles y yo me uní nuevamente a mi equipo.
La Búsqueda del Tesoro finalizó ya de noche. Anunciaron al equipo ganador en la sala común y luego hubo una cena de celebración. Apenas terminé me levanté de la mesa y salí a tomar algo de aire fresco. El frío me obligo a resguardar mis manos en los bolsillos de ese abrigo abandonado que no usaba hacía años. Para mi sorpresa encontré una moneda. Jugué unos instantes con ella entre los dedos y entonces se me ocurrió ir al arroyo y pedir un deseo.
Estaba ya en el puente mirando el correr del agua cuando se acercó Santiago, haciéndome compañía en silencio.
Pasaron unos minutos y sentí la necesidad de interrumpir ese silencio.
-¿Tienes una moneda?.-le pregunté.
-No, dejé todo en mi cabaña.-dijo con cierta amargura
Lamenté entonces no poder pedir ambos un deseo.
-Lancemos mi moneda juntos.- sugerí, pero Santiago no pareció sentirse cómodo con la idea dando una excusa tan absurda que me hizo reír al punto de dejar caer la moneda en el agua.
Hablamos un rato más antes de regresar. Al volver, una vez recostada en la cama sentí una extraña necesidad de escribir sobre este día y me encaminé a la sala común deseando que nadie estuviera ocupando la computadora.
El inicio de mi día fue algo borroso. Recuerdo que me senté al lado de Virginia en el desayuno. Pensé en decirle algo -no recuerdo qué- y luego mi memoria no me proporciona casi nada hasta que me despertaron diciéndome que este año me tocaba ser del equipo azul. Miré a mi costado suponiendo que Virginia también sería azul, pero ya no estaba.

Fui donde se agrupaban los azules, saludé a algunos y nos pusimos a conversar hasta que nos dieron el primer sobre. Tenía escrita esta frase: “Carpe diem quam minimun credula postero”. Fueron a buscar un diccionario de latín, pero no era necesario. Varios sabíamos que significaba algo como “aprovecha el día, porque no sabes si habrá otro después”… pero eso no nos decía nada…

–Santiago -me dijo un amigo luego de unos diez minutos- es el lema del campamento
–Cierto -exclame- ¿Cómo pude olvidarlo?

Luego de recordar todos los sitios en que estaba el lema, decimos empezar por la entrada y fue la decisión correcta: logramos encontrar nuestra segunda pista. Esta nos hizo pensar más que la primera. Hasta dudamos de que aquella bolsa con monedas fuera, realmente, la siguiente pista. Jugamos un poco con los valores de las monedas, con los años de antigüedad, con los tamaños, con qué podríamos comprar con ellas… pero no llegamos a nada.

–Tiremos al arroyo una de las monedas y pidamos el deseo de encontrar la otra pista –recomendó resignada Alicia, una de las amigas que sólo veía en los veranos.

Desde ese instante, aunque nos haga quedar mal a todos los que oímos esa frase, nos tomó un buen rato para darnos cuenta que esa era la clave: teníamos que ir al arroyo. Camino al puente nos reprochábamos mutuamente nuestra demora. Todos los veranos acostumbrábamos ir a pedir deseos ya sea en grupo o, si era algo vergonzoso o personal, en secreto. Y, aunque nunca lo había hecho, sabía que las parejas solían pedir un deseo por ellas, tirando la moneda al mismo tiempo.

Llegamos al puente y miramos a todos lados. Encontrar la tercera pista iba a ser más difícil, al parecer. Buscamos en el puente, debajo de este, en las orillas, algunos se aventuraron dentro del arroyo; sin embargo, no veíamos más que algunas monedas producto de añoranzas pasadas. Mientras seguíamos buscando, me senté pensando si alguno de esos deseos se habría cumplido alguna vez.

–Hey -gritó alguien- Hey, vengan para acá.

Cuando nos acercamos, Jenny estaba jalando algo que, al parecer, estaba atorado entre algunas rocas bajo el agua. Siguió jalando hasta que logró liberar lo que tenía entre las manos, el problema fue que no pudo mantener el equilibrio y cayó sentada.

–El agua está fría –exclamó entre risas mientras se paraba rápidamente.

No le sirvió de nada doblar su jean a la altura de la rodilla para no mojarlo…

–Buahh -protestó- era nuevo!.

Lo que había rescatado Jenny era un envase de plástico. Estaba muy bien sellado. Vueltas y vueltas de cinta adhesiva en la tapa evitaron que entrara agua y mojara el papel que contenía. Cuidadosamente, intentando que no se rompiera, tomamos el papel. Al desdoblarlo, cayó un polvillo negro. Fue gracioso ver cómo todos cogíamos el aire tratando de salvar el polvillo antes de que fuera llevado por el viento, donde no lo pudiéramos recuperar jamás. Observando lo que quedó en el papel y, previa degustación, descubrimos que era ceniza.

Apresurados, nos dividimos en dos grupos: uno buscaría en el horno de la cocina; otro, en el lugar de la fogata. Nos llamaríamos por celular al encontrar algo.

En la cocina nos hicieron problemas para dejarnos pasar. Sólo dejaron ingresar a Jenny y a Ricardo, otro de mis amigos de verano. Salieron con las manos vacías y cara resignada: “No hay nada… sólo carne del almuerzo”. Sonreí.

Nos llamaron del otro grupo y nos dijeron que volviéramos, ya que la pista era bastante confusa. Llegamos luego de unos tropiezos y comprendimos a qué se referían con “bastante”. ¿Qué teníamos que razonar respecto a un peluche de vaca para que nos llevara a la próxima pista?

Aproximadamente, media hora después estaba comiendo carne en el almuerzo… carne de vaca. Y, aunque me encanta la carne asada, no comí a gusto. En un primer momento, busqué a Virginia para sentarme con ella. Pregunté a algunos miembros de mi equipo si la habían visto. Cuando les aclaraba que era alguien del equipo rojo me respondían con una mueca de disgusto. Me senté un momento a tratar de convencerlos (sin resultado) de que no era una guerra y que no tenía nada de malo sentarse con alguien del otro equipo. Seguí con mi búsqueda de Virginia. Esta vez, traté de buscarla en la masa roja, pero recibía el mismo rechazo por ser del color contrario. Cuando logré ubicarla ya estaba sentada con dos chicas de su equipo. Decidí dejarlo así, ya que no era quién para interrumpir su conversación y sentí algo... como si quisiera poder tener esa potestad. Mientras comía traté de llamar su atención con la mirada, pero ella nunca volteó a verme... Y no tenía por qué hacerlo, ¿verdad?

Después del almuerzo continuaron las dos últimas pistas de la Búsqueda. Realicé un último intento para acercarme a Virginia, pero los de mi equipo no dejaban de insistir en que teníamos que esperar juntos la penúltima pista.

Efectivamente, íbamos a necesitar todo el equipo. El sobre contenía un mensaje encriptado. Recordé algo parecido en algún cuento de Poe, por lo que fueron a buscar a la pequeña biblioteca. Aproveché ese movimiento para escabullirme, primero, tras las cabañas y, luego, bajo las sombras de los árboles del bosque. De vez en cuando veía a los lejos un personaje rojo o azul, pero no le tomaba importancia. Hasta que uno empezó a caminar en dirección hacia mí, y descubrí que no era “uno”, sino “una”. Y que esa “una”, era Virginia.

–Buscando una pista, seguro -me dijo sonriendo-.

–No -le dije- al contrario… estoy alejándome de toda pista que haya. Le conté que era la primera vez que sentía que el juego no era por diversión, sino por el afán de ganar o ganar, lo que me incomodaba un poco. No mencioné, obviamente, mis intentos frustrados de conversar con ella en el almuerzo.

Virginia no supo qué responder. Le dije que no era necesario decir nada. Le pregunté entonces qué hacía y me dijo que buscaba una pista:

–No entendí exactamente lo que decía dentro del sobre -me dijo- pero me dijeron que buscara un grabado en un árbol en forma de 'trébol de cuatro hojas'

–Así que un trébol de cuatro hojas - repetí con una voz sospechosa

–Ehh...¿Santiago?

–Sígueme, ya sé dónde está.

No caminamos ni 50 metros hasta que llegamos al pie del árbol con el grabado, sin embargo, empecé a sentir un poco de frío.

–Mira, ahí está tu pista. Le tendí el sobre con la pista y, en ese instante, una ráfaga de viento hizo que su cabello cobrara vida propia por unos instantes. Luego de eso, con el sobre ya en la mano, Virginia trató de peinarse un poco... Yo, por más que traté de decir algo, seguí embobado (lo admito) por lo bella que se vio mientras su pelo seguía el rumbo del viento.

El frío hizo que recobrara el sentido y me di cuenta de que Virginia estaba temblando. Estuve apunto de quitarme la campera, pero escuché que venían algunas personas. Logré reconocer a través de algunos árboles que se acercaban integrantes del equipo de ella, por lo que, sin que nadie se percatara, me escondí detrás de unos árboles.

No logré escuchar lo que le dijeron. Sólo supe que, mientras se marchaban, el atardecer empezó a teñir de rojo el cielo y el mar.

La Búsqueda terminó. Anunciaron al ganador. Hubo celebración. Antes de ir a dormir, quise ver correr el agua del arroyo. Caminé entre los árboles y recordé lo que había pasado hace solo algunas horas entre algunos de ellos. Y, sin creerlo, reconocí a Virginia a unos metros. ¡Estaba en el puente mirando el arroyo! Me acerqué a ella. Tenía una moneda en la mano. Un deseo definitivamente. No quise molestarla y solo me paré apoyado en la baranda del puente, a su lado, viendo cómo discurría la cristalina agua.

–¿Tienes una moneda? -me preguntó.
-No -le dije- dejé todo en mi cabaña.
-Mmmm -dijo mientras volteaba a mirarme- ahora no vamos a poder pedir un deseo juntos.

Inmediatamente, mi mente desmintió esa afirmación. En teoría, podíamos tirar una moneda juntos. De esa manera, cada uno podría pedir un deseo con una sola moneda. Pero... -y fue aquí que me di cuenta lo que estaba pensando- eso era para enamorados. Entonces, no hay forma porque Virginia y yo no somos....

-Ya sé -interrumpió Virginia- lancemos mi moneda juntos.
-¿Ehh?
-Sí, sí, ¿por qué no?
-Es que... no, luego el arroyo se resentirá de que no tiramos dos monedas y no va a cumplir ningún deseo... Sí, eso es.

Jamás había dicho una tontería tan grande. Para suerte mía, Virginia no se lo tomó en serio y se rió. Luego me tocó reír a mí, porque, mientras ella se reía, se le cayó la moneda y no pidió ningún deseo.

Nos quedamos conversando un rato más sobre el campamento antes de caminar a través del bosque para volver. Estuve a punto de decirle que quería escribir en mi blog sobre lo que había pasado en el día, pero dudé. Quizá le parece tonto escribir tu vida en un blog (más teniendo en cuenta que soy hombre). Me decidí por decir que quería revisar mi correo. Ella siguió su camino rumbo a su cabaña.

domingo, 13 de enero de 2008

En el bosque nos fue mejor de lo que creí. Dejando de lado el hecho de que me asusté cuando vi una tarántula dentro de un frasco demasiado cerca de mí (Guille la capturó no sé para qué), todo salió perfecto. Logramos enterrar nuestra 'cápsula del tiempo', escalar hasta la cima de una montaña menor e "izar nuestra bandera" (camiseta de uno de los chicos.)

Al regreso, varias horas después de nuestra partida, cuando estábamos por entrar a la cabaña principal vi que Virginia estaba sola en las escaleras de su cabaña. Me acerqué a ella y me senté a su lado. Cuando le pregunté qué pasaba, me respondió secamente que no podía adentrarme en el bosque sin avisarle a nadie.
-Ni que necesitara permiso - le dije - además nadie debió notar nuestra ausencia
-Yo la noté-respondió
Antes de que se levantara y entrara a su cabaña sin decir más, pude ver como se sonrojaba ligeramente.
Fue en ese momento que me di cuenta que había pasado muy poco tiempo con Virginia desde que llegamos al campamento. Habíamos venido juntos, debería compartir más tiempo con ella... ¿verdad?

Tratando de reivindicarme, fui a buscarla para ir juntos a escuchar historias de terror al bosque. A pesar de que en un principio se fastidió al verme (me recibió con un álgido "¿qué haces acá?"), luego de unos instantes estuvimos caminando juntos.
Creo que Virginia la pasó bien. Al regreso cruzamos algunas palabras y la noté más animada. Ojalá no me equivoque.

sábado, 12 de enero de 2008

No estoy segura si tenía derecho a preocuparme, pero ayer al mediodía Santiago desapareció del campamento junto con dos amigos. Ya de noche, estaba sentada en las escaleras de mi cabaña cuando cerca de las 9 pm lo vi salir del bosque junto con los otros chicos. Vio de lejos que lo observaba, les hizo señas a sus amigos de que se encaminaran al comedor sin él y se acercó. Se sentó a mi lado y me miró. No dije nada y enfoqué mi mirada en un sector del suelo.

-¿Qué sucede?
-¿En qué estabas pensando? ¿Adentrarte en el bosque sin avisarle a nadie?
-Ni que necesitara permiso, y además.. nadie debe haber notado nuestra ausencia.
-Yo lo noté.- Sin decir más subí los pocos escalones que me separaban de la puerta de la cabaña y entré sin mirar hacia atrás.

Más tarde llamaron a la puerta. Estaba sola leyendo en la cama. Andy, Jenny y Allie habían ido al bosque con el resto del grupo. Me levanté y miré por la ventana. Abrí la puerta bruscamente e intentando sostenerle la mirada pregunté,
-Qué haces aquí?
Santiago carraspeó ignorando mi antipatía.
-Es noche de historias de terror y estaba pensando en que podríamos ir juntos al bosque. Todos los años solemos sentarnos en los troncos caídos en un sector de un claro y escuchamos historias. No quisiera que te lo perdieras.
No dije nada.
-Te aseguro que vale la pena. Además - dijo titubeando- ... si no pasas un buen rato prometo compensarte.
Quería sonreír, pero pude controlarme. Tomé un abrigo y sin decir nada caminé a su lado.

jueves, 10 de enero de 2008

Tal como lo recordaba. El campamento hasta el momento es genial.
Hoy terminamos de planear nuestra "incursión". Si no surge ningún inconveniente, nos vamos a adentrar en el bosque en 2 días más, antes de la noche de historias de terror. El plan es salir antes del amanecer, atravesar la cancha de fútbol y, luego de cruzar cierta espesura, llegar al camino. Desde allí nos dirigiremos al sector del bosque que está próximo a las montañas. Sabemos que es el camino más largo, pero es el más seguro: nadie nos podrá ver.

martes, 8 de enero de 2008

Entiendo que tres días es muy poco para juzgar el campamento, pero no quiero estar más acá. Me aburro terriblemente. No me siento en mi espacio en absoluto, lo cual me incomoda y... Santiago apenas comparte tiempo conmigo. No sé qué pensar. La última vez que hablamos fue ayer antes de cenar y después sólo cruzamos algunas miradas. Creí que iba a ser diferente. Creí que el plan era pasar el verano juntos. Quiero que él entienda que me siento sola. Probablemente si lo supiera no actuaría así.

domingo, 6 de enero de 2008

Desayuné rápido para escribir un poco de nuestro primer día. Ayer pasé a recoger a Virginia por su casa a las 9 am para ir a la estación de buses. Pensé en ofrecerme a llevar su maleta más grande pero cuando la vi tuve que desistir... ¡era muy pesada! Para no quedar (tan) mal cogí un maletín más pequeño, que de liviano no tenía nada...
Al llegar a la estación de buses me sentí aliviado porque pude, al fin, poner los equipajes en el suelo. Creí que las dos horas de viaje iban a ser aburridas; sin embargo, me entretuve tanto hablando con Virginia que dejé de estar pendiente del tiempo y el viaje se me hizo demasiado corto. No sabía que ella era tan espontánea. Me encantó eso.
Cuando llegamos, me encontré con unos amigos y les presenté a Virginia. Mientras ella cruzaba unas cuantas palabras con algunos de ellos, dijeron que era mejor que fuéramos a elegir nuestra cabaña para que pudiéramos estar todos en la misma. Le indiqué a Virginia hacia dónde tenía que ir para encontrar las cabañas de mujeres. Por un segundo creí que me iba a preguntar si podía acompañarla, pero dio media vuelta y se encaminó a las cabañas de chicas.
El resto del día pasó rápido. Estuve hablando con mis amigos sobre todo lo que habíamos hecho durante el año. Estábamos tan entretenidos escuchando las historias de otros que seguimos hablando después de la cena, hasta que uno por uno, ya en nuestra cabaña, nos empezamos a quedar dormidos.

sábado, 5 de enero de 2008

Lo primero que pensé al despertarme fue "¡al fin llegó el día!". Ya tenía todas mis cosas empacadas, por lo que sólo debía ducharme y esperar a que Santiago me pasara a buscar. Cerca de las 9 golpearon en la puerta. Recibí a Santiago con 5 maletas y un bolso de mano. Indescriptible la expresión de su cara cuando vio la cantidad de equipaje que llevaba.
Mientras nos encaminábamos a la estación de buses Santiago me contó de campamentos de veranos anteriores. Al llegar nos sentamos a esperar el próximo bus. Las dos horas de viaje parecieron mucho menos. Me entretuve tanto que perdí la noción del tiempo y antes de darme cuenta ya habíamos llegado. Al entrar al campamento unos amigos de Santiago vinieron a recibirnos. Luego de presentarme, Santiago me indicó dónde quedaban las cabañas de chicas. Me hubiera gustado que me acompañara, pero se lo veía muy ansioso por estar con sus amigos. Golpeé en una de las cabañas y una chica de pelo castaño, largo por la cintura abrió la puerta y me invitó a pasar. Soy Andy, me dijo antes de indicarme la última cama libre. Apoyé una maleta sobre el acolchado y me senté. Se acercaron dos chicas más: Allie y Jenny; entre las cuatro acomodamos nuestras cosas y decoramos la cabaña. Me divertí muchísimo, no esperaba que fuera tan fácil hacer amigas.
A la noche hubo una cena de bienvenida. Vi de lejos a Santiago hablando con sus amigos por lo que no me acerqué. Decidí sentarme al lado de Andy y dejar de pensar en él. Cuando terminamos de cenar, Andy y Jenny me mostraron la cabaña central. En la sala de estar hay dos computadoras, lo cual me sorprendió. No creí que pudiera seguir publicando en el blog desde el campamento.
Estoy cansada, debería acostarme. Último pensamiento del día: estoy algo decepcionada, creí que pasaría más tiempo con Santiago. Quizás no me habló desde que llegamos porque está demasiado entusiasmado poniéndose al día con sus amigos.

viernes, 4 de enero de 2008

martes, 1 de enero de 2008

Cuando no pude esperar más que el día acabara, salí un momento para tomar aire fresco y me sorprendí al ver que Virginia estaba afuera también. Al verme me saludó. Cerré la puerta de mi casa silenciosamente, fui a sentarme a su lado y nos quedamos en silencio. Luego de unos pocos minutos, en que el silencio se volvió incómodo para mí, la alarma de su reloj interrumpió mis pensamientos e inmediatamente el cielo se iluminó por los fuegos artificiales. Mirábamos el cielo, y entonces volteé para verla, respiré profundo y me acerqué a ella para darle un beso en la mejilla. Ella me miró durante unos instantes y luego se apoyó en mi hombro. Sonreí, aunque traté de evitarlo por miedo de que ella se diera cuenta. Continuamos juntos aun cuando los fuegos artificiales se habían extinguido. Cuando escuché que se abría la puerta de mi casa supe que, aunque no quería, debía irme. Luego de entrar a mi casa, vi por una ventana que Virginia entraba en la suya y como, a continuación, las luces se iban apagando una por una.
No había imaginado comenzar el año de esa manera, sólo puedo describirlo como.. perfecto. Eran cerca de las doce, me aburría terriblemente sentada en la mesa del comedor mirando el reloj sobre la pared, esperando que pasaran los pocos minutos faltantes. Estaba segura de una sola cosa y no dejaba de pensar en ello: este nuevo año quería, más que nada, conservar lo que había logrado con Santiago en los últimos meses; quería.. ser su amiga. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan cómoda con alguien y no estaba dispuesta a perderlo.
Y al no poder tolerar más el sonido de las agujas del reloj, me levanté y abrí la puerta de entrada. Salí sin cerrarla y observé desde el porche lo despejado que estaba el cielo. Inconscientemente recuerdo haberme mordido el labio inferior, una de mis tantas costumbres que reflejan mi ansiedad. Unos pocos segundos después noté que la puerta de la casa vecina se abría. Vi salir a Santiago y sonreí. Se acercó y nos sentamos en las escaleras sin decir nada. La alarma que había programado para medianoche interrumpió el silencio y una lluvia de fuegos artificiales dominó repentinamente la noche. Miré hacia arriba deslumbrada, pero lo que más me sorprendió fue que Santiago me diera un beso en la mejilla. Dejé de observar el cielo para mirarlo a los ojos. Sonreí de nuevo y sin pensarlo dos veces apoyé mi cabeza sobre su hombro.