domingo, 14 de octubre de 2007

No sé como empezar! Tengo tanto que decir. Antes que nada: el viernes Santiago me preguntó si me parecía bien ir al día siguiente al bosque para hacer el trabajo de biología. Me sorprendió muchísimo. No esperaba que se encargara él de organizar nuestra salida: teníamos que buscar hojas de distintos árboles para el proyecto. Entonces el sábado, después de almorzar, tocó el timbre de mi casa -sin previo aviso- y me preguntó si estaba lista para salir. Nadie en mi lugar hubiera estado listo, pero yo ya tenía una mochila lista con varios mapas, una brújula, un abrigo, sodas, galletas y mi celular por si nos pasaba algo. Sólo debía calzarme (lo que me llevó menos de un minuto), y al fin partimos hacia el bosque. Mi papá estaba de viaje y volvía la noche siguiente, así que ni me molesté en dejar una nota. En el camino apenas hablamos. Comentamos ciertas cosas sobre el trabajo pero nada más.

Al fin llegamos al bosque y empezamos a buscar diferentes hojas. Estaba tan entusiasmada que perdí por completo el sentido de la orientación, lo que me obligó a confiar en Santiago. Cuando me pareció que nos estábamos internando demasiado entre los árboles intenté convencerlo de volver, pero me ignoró por completo. Lo seguí unos minutos más, y en cuanto encontramos suficientes hojas le rogué que volviéramos. Terrible error confiar en un chico. Obviamente él se había distraído más que yo: No tenía la menor idea de en que dirección era la salida! Así que saqué de mi mochila la brújula y tres mapas e intenté entender los mil caminos, senderos y direcciones que estaban indicados. Estaba sentada en el suelo observando un recorrido que me resultaba conocido cuando Santiago insultó mi plan. Luego de eso siguió una pelea. Estábamos perdidos y no quería admitirlo! Lo obligué a sentarse a mi lado e intentar encontrar el camino de regreso, pero no se esforzó en absoluto. Luego de unos minutos pareció preocuparse. Había anochecido y apenas podíamos ver nuestros alrededores. Me asusté y comencé a caminar por el único sendero que se distinguía en medio de esa negrura. Noté como me seguía unos metros atrás hasta que me alcanzó, pero llegó un punto en que ambos debimos detenernos, porque el camino era demasiado confuso. Cansados de caminar y yo al menos de intentar salir de ahí, nos sentamos separados bajo un árbol en silencio. Podríamos haber pasado la noche entera sin decirnos nada, pero dos palabras escaparon automáticamente de mi boca. Tengo miedo, susurré. De pronto, pero tan sólo un instante, sentí su mano rozar la mía. Hubiera sido muy incómodo volver al silencio anterior así que dejamos que la conversación fluyera. Hablamos un poco del colegio, algo de nuestras mascotas, y cuando estaba contándole lo mucho que extrañaba a mis amigos, vi moverse algo cerca de nosotros y grité impulsivamente. Me paré para salir corriendo y Santiago también se levantó del suelo. Señalé con mi dedo a una criatura que nos observaba desde un tronco caído. Santiago no paró de reírse por minutos… al parecer las ardillas eran comunes en los bosques y nada de que asustarse.

Luego del vergonzoso incidente nos sentamos uno al lado del otro. Abrí mi mochila y le ofrecí un paquete de galletas y una soda. Comimos en silencio y más tarde nos recostamos (bastante juntos) en el suelo. Observamos el cielo, las estrellas, y no recuerdo más de esa noche. Seguro me dormí al instante.

Al día siguiente me levanté apenas abrí los ojos. Tomé mis mapas y no paré de analizarlos. Luego de dos horas Santiago despertó. Le comenté mis tres caminos posibles para volver a la entrada del bosque y al fin partimos. Llegamos cerca del mediodía. Se ofreció a explicarle a mi papá lo sucedido, pero como todavía no había vuelto de la ciudad no estaba enterado… y tampoco iba a estarlo. Ya en la puerta de mi casa nos despedimos prometiendo que todo lo que había pasado quedaba entre nosotros.

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