lunes, 8 de octubre de 2007

Día triste, curiosamente triste. Me levanté, desayuné, salí de la casa y me crucé con Santiago. Nos miramos durante una fracción de segundo hasta que él quitó sos ojos de los míos. Caminó delante de mí hasta llegar al colegio. Ni siquiera volteó para saludarme. Me sentí tan sola. Creí que podríamos ser buenos amigos, pero definitivamente no se interesa en mí. Me torturé por minutos en mi mente, pensaba en que tendría de malo para provocar que se alejara. A una cuadra del colegio me escondí en un callejón para calmarme un poco. Tenía ganas de llorar. Sentí vergüenza, vergüenza por sentirme ignorada, a pesar de que el sábado habíamos compartido un tiempo juntos en el bosque. Cerré los ojos formando una barrera entre las lágrimas y mis pestañas. No podía llorar, sería demasiado patético. No quería que nadie me viera así, menos él. Abrí los ojos luego de un minuto y sentí bronca. Presentí que me había sonrojado cuando llegué al colegio. No me fijé dónde estaba Santiago. Quería olvidarme de todo.

Llegué hace una hora y me puse a tocar el piano. Me relajó, pero no lo suficiente como para evitar mirar desde la ventana al cuarto de al lado.

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