sábado, 16 de febrero de 2008

Ayer desperté por un grito: “Santiagooooo... ya nos vamos”. Olvidé programar mi alarma. O quizá sonó y no la escuché. En mi desesperación para que no me dejen, olvidé dejarle la nota a Virginia avisándole que iba a venir a la casa de mis tíos por una semana. En el carro me tranquilicé porque podía llamarla desde mi celular. Y lo palpé en mi bolsillo mientras el carro me separaba cada vez más del lugar en que, supuse, dormía Virginia. Cuando llegué a casa de mis tíos me di cuenta de dos cosas. Primero, que a mi celular se le había acabado la batería. Segundo, que olvidé algo: mi cargador. Mi celular estará sin poder prenderse hasta que vuelva.

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